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En su novela “La misteriosa llama de la reina Loana”, Umberto Eco sugiere que el yo distintivo e irrepetible de cada persona se compone en gran parte de los textos que ha leído y de las imágenes que ha ingerido a lo largo de su vida. Estas últimas son en su mayoría productos gráficos de diverso origen, calibre y finalidad, compartidos como trasfondo común por una determinada sociedad; pero su combinación y la receta exacta varían de acuerdo con la trayectoria propia de cada individuo.
En los reservorios visuales de nuestra mente flotan miles y miles de avisos publicitarios, láminas educativas, posters políticos, dibujos animados, páginas de periódicos, escenas de historietas, letreros luminosos y estampas devocionales. Algunos se han alojado ahí con nuestro permiso, otros a la fuerza o sin que nos diéramos cuenta. Dentro de nuestra mente esos entes gráficos se reorganizan, entablan diálogos, contraen matrimonios y engendran descendencia. La reordenación de formas conduce a un nuevo juego de significados y a una bifurcación infinita de posibles connotaciones indirectas.
Los lenguajes visuales que se usan para vender una idea política a veces se asemejan tanto a los que se emplean para vender un producto de consumo, que las dos campañas parecen por momentos formar parte de un mismo mercado. Los icónicos protagonistas de series gráficas y animadas a menudo se convierten en referentes más significativos que las carismáticas figuras históricas. La lucha y el aventurado flirteo entre lo “bajo” y lo “elevado” en los universos visuales.
Este es un registro de la mitología personal de Jorge Flores, actualizada. Aquí nos encontramos con los dioses y demonios, héroes y tricksters, salidos de su nutrida memoria gráfica. Muchos de ellos son seres híbridos o mutantes, hijos ilegítimos de los héroes de la nación o de los ídolos anónimos, habitantes de carteles propagandistas, todos ellos refugiados a la sombra de los coloridos afiches chicha y de los símbolos patrios.
Hay muchas maneras de crear un autorretrato. Hay muchas fórmulas que permiten al artista decir: “Yo soy…”; Jorge Flores nos lo dice a través de las bocas de esta pintoresca compañía, caótica, conflictiva y ruidosa, y sin embargo perfectamente coherente dentro de su ámbito. Es un yo único y singular, pero en muchos aspectos típico para su generación y su lugar en el mundo.
El Ego Gráfico/Vera Tyuleneva
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